De sus ojos ví brotar las lágrimas mas sinceras que he visto jamás. Eran lágrimas saladas, impregnadas de dolor, que corrian por su rostro, deformado por la conmoción. Sus manos se veían blancas de tanta fuerza con que agarraba el pañuelo. Sus labios estaban secos, cortados y proferían gemidos que, mas que herir los oídos, herían los corazones.
Ella soltó el pañuelo y se dejó caer al suelo, haciéndose un ovillo, cubriéndose el vientre con las manos. Cerró sus ojos con toda la fuerza de la que era capaz y, de repente, el torrente de pensamientos que le provocaba ese calvario cesó, porque había dejado de pensar, había dejado de existir. Había muerto. Su corazón se paró a las 17 primaveras. Su alma no pudo soportar tu rachazo y murió.
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